Alguien empuña la palabra como un arma; aunque no parece mortífera es envolvente, prometedora, acariciante, sub-yuga; y en ese yugo, así hipnotizada, desciende la protagonista de esta novela a una catacumba que la “encierra” por años. ¡Cuán oscuro puede ser ese largo pasaje de infancia a adultez si la perversión y la maldad abrazan con una calidez tal que hace perder el sentido de lo bueno y verdadero!

Así desciende, cada vez atraída por el influjo, pero también asciende allí donde hay otras voces, donde está la vida. Y, entonces, otra voz se brinda, acoge, enseña dónde se aloja el mal, por qué se ha buscado ese mal.

 Y por esto, creo que el personaje esencial de la novela es la palabra: la palabra –inerte hasta que se la usa, nunca inocente cuando se la pronuncia– puede cumplir con un designio oscuro o bien dar luz y restañar la herida.

Juego con sus letras, me animo a decir PAL-ABRA: pala que labra: ella logra socavar la belleza, mancillar el candor, así como labrar surcos de luz y de verdad. 

Y también el título del libro Ayúdeme a no volver, frase que pide, que clama rescate y tiende en cada una de sus letras un hilo para salir del círculo infernal. 

 Toda historia ajena refleja, de alguna manera, la propia; puede –sin duda– tener otro argumento, pero nadie está libre de ser tocado alguna vez por palabras abyectas.

 Cada quien sabrá discernir, y quien no alcanza en su entendimiento debe confiar en que una vez dicha esa frase “ayúdeme a no volver” habrá alguien que escuche. 

Alicia Grinbank